Teoría y técnica de psicoterapia (PDF)

 

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Las psicoterapias individuales son seguramente los métodos de más asentada conceptualización y aplicación clínica, a partir de heredar la larga experiencia psicoanalítica y muchas de sus elaboraciones teóricas. En las últimas décadas, la masividad de la demanda, entre otros factores, induce el desarrollo de técnicas grupales de acelerado ritmo de expansión en virtud de sus mayores posibilidades de alcance social. Cabe plantearse por qué pueden, no obstante, las técnicas individuales seguir concertando nuestro interés y cuáles son sus relaciones con las técnicas grupales. Varias son las razones: aquella herencia teórico-técnica que favorece sin duda los desarrollos de esta área; las muy frecuentes situaciones en que, por factores diversos, el individuo requiere instancias de crecimiento personal separables de sus pertenencias grupales; también la ventaja de poder pensar un sistema que con menor número de participantes restringe algunas de las variables en juego y las hace resaltar con mayor nitidez. Personalmente he podido cotejar la experiencia de las técnicas individuales (psicoanálisis, psicoterapias de insight, de apoyo, entrevistas de orientación) con otras grupales (parejas, familias, laboratorios). He constatado que muchos de los conceptos teórico- técnicos surgidos de los métodos individuales encuentran entera aplicación en contextos grupales (nociones de foco, relación de trabajo, motivación para la tarea, proceso de contrato, tipos de intervención del terapeuta, timing, estrategias y articulación de recursos, entre otros). Esta aplicabilidad grupal de la experiencia bipersonal no niega, por el contrario puede respetar plenamente, los dinamismos propios del nivel grupal multipersonal. Lo que se desprende de esta experiencia es que los métodos individuales, aunque limitados (y no excesivamente) en sus alcances asistenciales, siguen constituyendo instancias de investigación teórico-técnica capaz de nutrir en ciertas dimensiones incluso la tarea con grandes grupos. A la vez, no hay duda de que las aperturas grupales pueden cuestionar profundamente y llevarnos a replantear los enfoques individuales: desde la experiencia de un club de socialización, por ejemplo, es posible cuestionar a fondo los métodos de sojuzgamiento cultural o de instauración de relaciones autoritarias en el ámbito bipersonal, donde funcionan encubiertos bajo el signo de lo obvio.

La resistencia como construcción del terapeuta

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Fuente

LA RESISTENCIA EN PSICOTERAPIA: EL PAPEL DE LA REACTANCIA, LA CONSTRUCCIÓN DEL Sí MISMO Y EL TIPO DE DEMANDA
Guillem Feixas Viaplana
Vicente Sánchez Rodriguez
Esteban Laso
Gregorio Gómez-Jarabo


Las terapias constructivistas (Feixas y Villegas, 2000; Neimeyer y Mahoney, 1995) han destacado el papel del terapeuta en el etiquetado de una conducta como resistencia. Leitner (1985) afirma que términos como resistencia y defensa pueden ofrecer al terapeuta una rápida justificación cuando no comprende el mundo interior del paciente. Si el cliente no reacciona como se espera, no es que el terapeuta se haya equivocado, es que el paciente se está ‘resistiendo’. Si el cliente no siente del modo que debería sentir en una situación, el terapeuta no se ha equivocado en la construcción de la situación; el cliente se está ‘defendiendo’ de sus sentimientos. Rosen (1991), terapeuta neopiagetiano, asegura que en un gran número de veces lo que se construye como resistencia al tratamiento terapéutico puede ser mejor entendido como un desajuste entre la intervención terapéutica y el estadio estructural de desarrollo del paciente. Kegan (1994) hace una crítica de la resistencia en terapia cuando se la considera como oposición del cliente al tratamiento. Asegura que ciertas demandas de autoconocimiento no están al nivel de todos los pacientes, de modo que cuando un paciente no ofrece cierto tipo de material, no significa necesariamente que sea resistente. Para los conductistas Lazarus y Fay (1982), el concepto de resistencia es, posiblemente, la más elaborada racionalización que emplean los terapeutas para explicar sus fracasos terapéuticos. Según estos autores, es necesario separar la resistencia como explicación de los resultados negativos, de la resistencia como fenómeno clínico en sí. Etiquetando toda conducta de no-adhesión como resistencia se evita la tarea esencial de esclarecer los antecedentes específicos y los factores que mantienen las conductas de no cooperación en contextos específicos. 


La terapia sistémica también reconoce que en ocasiones se etiqueta como resistentes a ciertas familias para explicar los pobres resultados terapéuticos o su peor pronóstico (McCown y Johnson, 1993). Si atendemos a la vivencia del cliente en este proceso veremos que es radicalmente diferente a lo que construye el terapeuta. Como afirma Kirkmayer (1990) la metáfora de la resistencia encubre el conflicto entre la experiencia del cliente de que no puede cambiar, y la presunción del terapeuta de que en realidad no quiere cambiar. El terapeuta que etiqueta la conducta de un cliente como «resistente», atribuye intencionalidad al cliente, mientras que la experiencia del cliente suele ser de impotencia y de falta de control, El contraste entre la experiencia del cliente de «no poder» cambiar y el juicio del terapeuta de que «no quiere» cambiar conlleva, además, la consecuencia moral de que el cliente es responsable de su propia miseria. La resistencia se imputa a menudo únicamente en base a la incapacidad del cliente para mejorar (Lazarus y Fay, 1982). Lo cual hace que la persistencia del síntoma y la resistencia psicoterapéutica sean idénticas por definición. Sin embargo, existen otras muchas razones por las cuales el síntoma persiste, y pocas veces tienen que ver con la oposición de los clientes a la psicoterapia. El término «resistencia» implica que la ausencia de cambio surge de la oposición activa del paciente a la influencia terapéutica. Pero los clientes raramente se experimentan a sí mismos como oponiéndose a las intervenciones de los terapeutas. Es precisamente la falta de control lo que lleva a la gente a verse como problemáticos y a buscar ayuda (Kirkmayer, 1990). 


Cuando el terapeuta etiqueta al paciente como «resistente» se asume que lo que él considera que ha de cambiar en el paciente es lo correcto, y que el cliente que no acepta esta construcción y responde pasivamente a las indicaciones del terapeuta porque es testarudo o perverso (Botella y Feixas, 1998; Feixas y Villegas, 2000; Winter, 1992). Este planteamiento pertenece a una corriente epistemológica que sitúa al terapeuta en una posición de poder que le permite determinar lo que es correcto o adaptado y lo que no. Sin embargo, el terapeuta constructivista entiende que su tarea es de co-creador de significado con el cliente, no de poseedor privilegiado de «la Verdad». Como explica Leitner (1985), la tarea del terapeuta no es simplemente atacar los constructos ‘irracionales’ de la persona o modificar su conducta para así poder indirectamente cambiar su sistema de construcción. Más bien, el terapeuta debería ser sensible y acercarse cuidadosamente a la comprensión de la integridad, unicidad y temores del núcleo interno de cada cliente. De este modo, el terapeuta, además de curar un síntoma, puede tener la oportunidad de aproximarse a otra vida humana. 

Las teorías constructivistas no consideran a la «resistencia» como un fenómeno especial, como una categoría predictora de conductas del cliente: la resistencia no existe más que como constructo del terapeuta (Feixas y Villegas, 2000). Pero, por otro lado, no ignoran los fenómenos que la psicoterapia tradicional ha etiquetado como «resistencia» puesto que destacan la necesidad de autoprotección de los seres vivos, que en el caso del ser humano significa preservar su identidad. Mahoney (1991) utiliza como metáfora la disposición anatómica de los mamíferos que han desarrollado estructuras para proteger el corazón, sistema nervioso central y pulmones. En seres más complejos con capacidades simbólicas esta función protectora requiere la continuidad del ordenamiento de su experiencia, la perpetuación de valores (sobre todo en la experiencia emocional) y el mantenimiento de algún sentido de control. Desde este punto de vista, la «resistencia» al cambio no es fenómeno especial ni una expresión de patología, sino el reflejo de procesos auto organizativos básicos al servicio de las necesidades fenomenológicas del individuo (p. ej., sentirse seguro y viable) como procesos coherentes con su sentido de identidad (Botella y Feixas, 1998; Feixas y Villegas, 2000). Cuando tenemos en cuenta esta necesidad de autopreservación, podemos entender que el cambio significativo, incluso si es deseable, no sea fácil ni simple. Leitner y Standiford (1993) han considerado el fenómeno de la «resistencia» como la necesidad de proteger los constructos nucleares de la persona. Kelly (1955) propone que nosotros actuemos con nuestro núcleo como si nuestra vida dependiera de ello; las personas pueden elegir la muerte antes que abandonar las estructuras nucleares. Esto explica su ambivalencia con respecto al cambio, que otras perspectivas tiñen de negativo y que se manifiesta en actitudes y conductas etiquetadas como «resistencia». Desde una perspectiva constructivista, no se considera la «resistencia» como un enemigo, sino como un aliado con el que hay que colaborar, aceptando los sentimientos ambivalentes como oscilaciones naturales. Cuando la «resistencia» se manifiesta en terapia, el terapeuta puede aliarse con ella, y reconocer que en esos momentos el cliente está viviendo experiencias que resultan amenazantes para su sentido de identidad, y que tales actitudes «resistentes» responden a la activación de sus recursos autoprotectores.


Relaciones terapéuticas basadas en la evidencia

  

relacion-terapeutica Relaciones terapéuticas basadas en la evidencia

Fuente: Pérez-Álvarez, Marino, University of Oviedo. Ver artículo original


En el campo de la psicoterapia, existe un consenso casi absoluto sobre la importancia de la relación terapéutica. Esta conexión interpersonal, establecida entre el terapeuta y el paciente, se considera como un elemento clave para el éxito del tratamiento.

Los pioneros y sus aportes:

  • Sigmund Freud: Introdujo el concepto de la relación terapéutica como un «pacto» esencial en el psicoanálisis.
  • Carl Rogers: Enfatizó la relación clínica como condición indispensable para la ayuda terapéutica, destacando la empatía, la aceptación y la congruencia como elementos primordiales.
  • George Kelly y Aaron Beck: Propusieron una relación de colaboración, donde terapeuta y paciente trabajan juntos para experimentar y modificar patrones cognitivos erróneos.

La psicoterapia ofrece un espacio único para desarrollar una relación genuina y profunda, caracterizada por la confianza, la colaboración y el apoyo mutuo. A diferencia de otras relaciones interpersonales, la relación terapéutica se distingue por:

  • Sinceridad y autenticidad: El terapeuta se muestra genuino y transparente, sin juicios ni condiciones.
  • Enfoque en el cliente: El terapeuta centra su atención en el bienestar del paciente, brindándole un espacio seguro para explorar sus emociones, pensamientos y experiencias.
  • Compromiso con el cambio: La relación terapéutica facilita el proceso de cambio y crecimiento personal del paciente.

Diversos estudios han confirmado la importancia de la relación terapéutica en el éxito de la psicoterapia. Entre los elementos clave que influyen en el resultado del tratamiento se encuentran:

  • Alianza terapéutica: Un vínculo emocional positivo entre terapeuta y paciente, basado en la confianza, el respeto y la conexión.
  • Empatía: La capacidad del terapeuta de comprender y compartir los sentimientos del paciente.
  • Aceptación: Una actitud positiva y de apoyo hacia el paciente, sin juicios ni condiciones.
  • Congruencia: La autenticidad y transparencia del terapeuta en la relación.
  • Feedback del cliente: La importancia de escuchar y atender las perspectivas del paciente sobre la relación terapéutica y el curso del tratamiento.

Si bien estos elementos se asocian con la perspectiva humanista de Carl Rogers, su valor trasciende las fronteras teóricas. Se encuentran presentes, en diferentes formas, en diversas terapias, como la psicoterapia analítica funcional y la terapia cognitivo-conductual.

La entrevista motivacional (PDF)

 

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La EM presta atención al lenguaje natural acerca del cambio, y su propósito es tener conversaciones más efectivas acerca del mismo, sobre todo cuando se dan en un contexto en el que alguien ofrece ayuda profesional a otra persona. En nuestra experiencia, muchas de estas conversaciones transcurren de un modo disfuncional, por muy buenas que sean las intenciones del entrevistador. La EM se ha diseñado para encontrar un modo constructivo de superar los retos que suelen aparecer cuando alguien, con la intención de ayudar, se adentra en la motivación para el cambio de otra persona.

En concreto, la EM consiste en organizar las conversaciones de modo que las personas se persuadan a sí mismas para cambiar, en función de sus propios valores e intereses. Las actitudes no sólo se reflejan en el discurso, sino que este puede modelarlas activamente.

Conoce más sobre la Empatía terapéutica (PDF)

Tratando con… terapia de aceptación y compromiso (PDF)

 

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1. Introducción a la terapia de aceptación y compromiso (ACT)
2. Los tres pilares en los que se asienta ACT y sus implicaciones para la práctica clínica
2.1. El primer pilar: la filosofía de ACT, el contextualismo funcional
2.2. El segundo pilar: la base conceptual de ACT, la teoría de los marcos relacionales (RFT)
2.3. El tercer pilar: la propuesta de psicopatología, el trastorno de evitación experiencial o inflexibilidad psicológica
3. Los objetivos terapéuticos y los procesos centrales en ACT
3.1. Esclarecimiento de valores
3.2. Defusión y diferenciación de las dimensiones del yo
4. Los métodos clínicos del terapeuta ACT
5. Las tareas del terapeuta a lo largo del proceso terapéutico y las habilidades clínicas necesarias
5.1. Preparación del terreno para la terapia
5.1.1. El establecimiento de la relación terapéutica
5.1.2. Evaluación del patrón de regulación evitativo o inflexibilidad psicológica
5.1.3. Reformulación del problema o desesperanza creativa
5.1.4. La propuesta terapéutica y presentación de la terapia
5. 2. Esclarecer valores personales
5. 3. Entrenamiento en defusión y diferenciación de las dimensiones del yo
A modo de conclusión: habilidades clínicas, habilidades personales, formación y supervisión del terapeuta ACT

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Guía de tratamientos psicológicos eficaces en psicooncología – Francisco García- Torres

 

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