Lo que la pandemia develó: la importancia  (y fragilidad) de la salud mental y la solidaridad

Autor

Jaime Velosa Forero

Subred Integrada de Servicios de Salud, Sur ESE  E-mail: Velfor2222@gmail.com  

https://orcid.org/0000-0003-1044-0571  

Revista Iberoamericana de Bioética

Resumen

La pandemia, sus impactos en la vida psíquica y en el lazo social apenas se  van estableciendo. Sin embargo, no cabe duda de que ha sido un periodo de  tiempo excepcional, que dejará huellas, preguntas y aprendizajes. Dos temas  emergieron de manera notable: por un lado, la importancia —y fragilidad— de  la salud mental y, por otra parte, la solidaridad; un valor que se invocó para  respetar la convivencia, para seguir las normas y medidas sanitarias; y también para sostener las limitaciones e imposiciones que se establecieron. La  solidaridad fue promovida sosteniendo la importancia del bien común sobre  los intereses individuales. La articulación de los dos temas, de la denominada  salud mental y la solidaridad, son un pretexto para plantear reflexiones sobre  la dinámica del ser humano puesta de presente en este periodo tan significativamente adverso y desfavorable.

Pandemia; salud mental; solidaridad; vida psíquica; lazo social. Pandemic; mental health; solidarity; mental life; social relations.

1. Introducción

Al comienzo de este periodo de pandemia por COVID-19 se pensó que sería un asunto  de unos pocos días o semanas, en ese momento palabras como pandemia, cuarentena, mascarilla o distanciamiento eran ajenas para la gran mayoría. A medida que  se escuchaban noticias, a medida que se iban tomando medidas, la incertidumbre de  no saber qué estaba pasando y de no saber qué hacer frente al temor fue generando  diversas sensaciones como cautela o esperanza, pero también impotencia, preocupación y desconfianza. Más adelante, apareció la desesperanza y el miedo a contagiarse, el miedo a la presencia del otro, a la muerte y a contagiar a los más cercanos. Finalmente, de manera  más reciente, podemos decir que han surgido marcas subjetivas,  preguntas y aprendizajes.

La población mundial se vio afectada de diversas  maneras. En las primeras semanas de la pandemia, cuando aún  no se había desarrollado la vacuna y la imágenes de los medios  de comunicación y de las redes sociales transmitían el dolor y la  impotencia que se vivía en varias regiones del mundo, y cuando  la muerte parecía no ceder, se hizo evidente la vulnerabilidad del ser humano, la indefensión frente a condiciones externas y ante la inexorable presencia de la muerte. Se hizo evidente cierta desesperanza y también las dificultades en la  convivencia, de la mano de los grandes cambios en las formas de relación, de comunicación y de transformación de los lazos sociales.

Freud (1930) planteaba que el malestar y el sufrimiento del ser humano provenía de la  amenaza desde tres fuentes: en primer lugar, desde el propio cuerpo que está destinado a la enfermedad y la muerte, de forma tal que no se puede prescindir del dolor y la  angustia por estas razones. En segundo lugar, desde el mundo exterior, en particular de  las fuerzas de la naturaleza que pueden abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas  hiper potentes y destructivas —como huracanes, terremotos, sequías, etc. Por último,  en tercer lugar, la principal fuente de sufrimiento se debe a los vínculos con otros seres  humanos, las relaciones con otros y en particular con los más cercanos. En la pandemia se juntaron las tres fuentes: en principio, había una fuerza externa impredecible,  inmanejable —un virus— que avanzaba sin control; asimismo, el contagio avanzaba y  la enfermedad y la muerte se hicieron presentes y extendidas de manera imponente; y  luego las principales medidas que se tomaron —en muchos casos restricciones en la  vida cotidiana, y cambios en las relaciones y en las dinámicas sociales— plantearon  unas nuevas maneras de convivir y de relacionarnos obligándolos, por un parte, a vivir  distantes de los demás, con la sensación de peligro, y por otra parte, demasiado cerca  de algunos, confinados, sin poder salir.  

Los estudios han revelado una profunda y amplia gama de consecuencias psicológicas y psicosociales, a nivel individual, familiar y social, que trajo consigo la pandemia  causada por el nuevo coronavirus (Montes-Berges y Ortúñez, 2021; Hidalgo, Vargas y  Carvajal, 2021; López-Martínez y Serrano-Ibáñez, 2021; Ribot, Chang, Paredes y Gonzá lez, 2020; OPS, 2022). Con la aparición de la pandemia y los cambios que esta provocó a nivel social como  el aislamiento, uso de tapabocas y otros elementos de bioseguridad, cuarentenas, aumento de la carga laboral, tensión, miedo, enfermedad y muerte entre otros, se pusieron  en juego las afectaciones psicológicas, psicosociales y de salud mental.

Este escrito parte de la experiencia de trabajo desarrollado en la Subred Integrada de  Servicios de Salud Centro Oriente E.S.E de Bogotá Colombia1, que creó un grupo de  atención interdisciplinaria que se ocupó de conocer, registrar, brindar asesoría, diseñar  planes y prestar atención a la salud mental de los trabajadores de la salud que se iban  viendo afectados por el COVID-19 y que a la par desarrolló un trabajo de investigación  en torno al tema la salud mental en los trabajadores de la salud.

2. La solidaridad. Su idealización, sus límites y sus posibilidades  

Desde un principio y para enfrentar y contener la pandemia se acudió a la prudencia,  al cumplimiento de los cuidados, de autocuidados, al acatamiento de las normas de  bioseguridad, a diferentes restricciones; disposiciones amparadas en la cualidad subjetiva de la solidaridad. De esta manera, la solidaridad se invocó para respetar y cumplir  normas y para aceptar limitaciones e imposiciones. Se exhortó para sostener una necesidad de bien común, sobre los intereses  individuales.  

La solidaridad, como lo señalan algunos autores es una concepción esencial en la constitución de humanidad (Rorty, 1991), que  se puede comprender como categoría ontológica, una opción  ética (compromiso), un asunto moral (conducta u obligación),  un acto-hacer basado en un saber, o una práctica creada como  un mecanismo psíquico, entre otras nociones (Puget, 2007). Así, la solidaridad podría definirse como recurso y como una práctica para lograr propósitos  comunes (Moenne, 2010).  

Debe resaltarse que algo muy importante en la construcción de la noción de solidaridad  es la introducción de la idea de lo común, ya que la solidaridad incluye como referente  la consideración de lo social, de la otredad. Reconociéndose como una noción de valor  social, ésta será resaltada como algo opuesto a la individualidad, contraria a la obtención de metas o satisfacciones particulares, lo que implica una renuncia de lo individual  en favor de lo social. De alguna manera, se trata de sacrificar la satisfacción individual  en favor del bien común. Esto plantea un dilema que consiste en la oposición entre la  satisfacción o la ilusión individual vs. el bien social. Hannah Arendt (1958) plantea que  la principal tarea política de las primeras filosofías y religiones fue encontrar un lazo  que uniera a los hombres por sobre sus necesidades individuales. Ese nuevo lazo —lo  solidario— implicaría dejar de alguna manera lo individual, lo familiar y lo privado para  priorizar lo social.

Este hecho trae consigo un costo importante para el sujeto moderno, porque la solidaridad requiere ser impuesta y sostenida a través de mecanismos, como un compromiso  social —ligada a valores, deberes, contrato social— también a través de compromisos  legales —como obligaciones, normas, reglas— o a través de otros mecanismos —como  las imposiciones morales o religiosas—. Implementar y mantener la solidaridad no es  un asunto cómodo ni fácil, y muy pronto choca con otros elementos de la dimensión humana. No se puede olvidar —por ejemplo, y a propósito de la pandemia— que tanto la cuarentena misma, como el uso de mascarilla, las medidas de bioseguridad y otras prácticas —incluso la  vacunación— han tenido resistencia en una parte de la población  y han tenido que ser impuestas con ordenanzas y condiciones  de obligatoriedad o a través de la coerción y las sanciones.  

Arendt resalta como la apuesta social que coloca a la solidaridad como un ideal para el bien de todos, que opera como una  medida que debe ser sostenida, la autora habla de solidaridad  positiva que es cuando la medida va acompañada y mantenida por una dimensión política y de solidaridad negativa cuando se basa en el temor —de  la destrucción, de pérdidas— o de las sanciones impuestas. Es posible considerar una  dimensión ética cuando se sostiene en base a los valores de un contexto.

Acá es posible plantear una inquietud adicional en relación con la precariedad del lazo  social sobre los intereses individuales. Pareciera que lo social debe sostenerse a través  de diversos medios positivos como razones éticas y políticas o por medios negativos  como normas y sanciones a pesar de que la solidaridad, por una parte, puede proveer  un alivio al malestar, dar la sensación de protección y dar un sentimiento de pertenencia  a un conjunto, sin embargo a menudo se recuerda que también trae consigo sensaciones como la carencia de libertad, la cual genera en ocasiones la pérdida de límite entre  lo social y lo privado y constituye un hecho de compromiso forzado y molesto, esto  último estaría en relación de doble vía con el hecho de que en ocasiones la solidaridad  sea vista como un deber-obligación.

En esa vía Lacan (1967) plantea que, vinculado al progreso de la ciencia, un tributo  que hay que pagar por la universalización que conlleva, como algo que va más allá del  malestar de la cultura y que no dejará ver inmediatamente su verdadero rostro, se trata de la segregación. El mismo Lacan en 1969 plantea ese empeño que ponemos los  seres humanos en ser hermanos, es porque no lo somos. La fraternidad no es sino  una consecuencia de algo que está primero, de algo que es estructural. Lo primero es  la segregación, que a su vez sería el fundamento de todo lazo social. Separados juntos. Querer estar separados nos insta a estar juntos, a hacer lazos, a crear comunidad,  fraternidad —ser hermanos de nación, religión, raza—. Y en esa misma línea estaría  la solidaridad.  

Por otra parte, la solidaridad es para muchos un valor muy importante que constituye la  base de muchos valores humanos, como por ejemplo la amistad, el compañerismo, la  lealtad, el honor. En ese sentido la solidaridad permitiría otros valores como la unión, la  seguridad o la convivencia. Etimológicamente solidaridad proviene del latín soliditas que  significa homogéneo, sólido, compacto, solidario plantea una  sensación de unidad, cuyo objetivo es lograr una meta común.  Actitud solidaria (RAE, 2005).

Por otra parte, para algunos autores la solidaridad es pensada  como transformación del concepto de fraternidad, fratria, del  cual sería un derivado. Esta tiene que ver con un sentimiento o  una emoción que tiende a ligar los sujetos entre sí, unión que  incluso puede implicar un estilo de organización horizontal a diferencia de las comunidades organizadas verticalmente (Czernikowsky y Moscona, 2003). Vista así, la solidaridad sería recurso y práctica referida a un  tipo dado de organización social.

El término que es frecuentemente usado y que se define también como: adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros. Para diferentes autores la solidaridad “se desprende de la naturaleza misma de la persona humana, indicando que los individuos no están solos, prefieren vivir acompañados  porque el hombre, social por naturaleza, no puede prescindir de sus iguales ni tampoco  intentar desarrollar sus capacidades de manera independiente” (Moenne, 2010, p. 51).  

Los autores llaman la atención sobre la importancia de la solidaridad e invitan a recuperar  este concepto. La advertencia se hace necesaria, en el contexto de una época poco  alentadora, donde valores como la solidaridad aportarían para que la humanidad no  avance hacia la barbarie (Duque, 2013).

3. Pandemia y salud mental

Todo hecho vivido deja huella y va constituyendo la subjetividad. La pandemia ha dejado una huella en cada uno, que es diferente en cada caso, pues podría decirse que  cada quien ha vivido una pandemia particular. Allí ya hay varios elementos a considerar:  en primer lugar, resaltar que la vida psíquica se ve siempre afectada por circunstancias internas y externas, circunstancias que, en ocasiones, y dependiendo de diversos  factores, pueden sobrepasar la capacidad de afrontamiento o de adaptación y provocar eventos sintomáticos y trastornos. En ese sentido, las experiencias asociadas a la  pandemia, provocaron efectos adversos en lo que se ha denominado tradicionalmente  como la salud mental. Asimismo, se puede resaltar que la manera en la cada cual ha  tramitado estas circunstancias es particular y propia.  

¿Cómo se afectó la subjetividad en los tiempos de pandemia? Si bien cada uno vivió  una pandemia diferente hay algunos elementos que quizá se puedan pensar comunes:  los ideales, la ilusión, la esperanza de la vida —en cada caso diferente— se resquebrajaron, se debilitaron y la sensación de desamparo, inseguridad y miedo se establecieron. Eso devino —caso por caso— en frustración, inhibición, depresión, angustia, dolor,  temor, tristeza, desesperanza, ansiedad, dificultades de relación, trastornos del sueño  y otros síntomas, etc.

Por otro lado, si bien el sufrimiento humano no es nuevo ni mucho menos, las circunstancias provocadas por el virus provocaron reacciones novedosas y demostraron la  vulnerabilidad, la impotencia y la finitud del ser humano. De igual manera, estas circunstancias pusieron en evidencia la presencia de la subjetividad: la existencia de la vida  subjetiva y su importancia. Puede decirse que la pandemia permitió pensar que la vida  psíquica —la salud mental— existe y que la salud mental es muy importante. De esta  manera, algo que quedó de la pandemia es la consideración de que abordar las problemáticas psicosociales y de salud mental es una tarea primordial.  

De allí se pueden plantear varias ideas: que no puede haber un  enfoque único para todos a la hora de resolver las necesidades  psicosociales y de salud mental de la población, pues la realidad  y las circunstancias afectan a las personas de formas diferentes.  

De acuerdo con lo planteado por los autores y por la misma experiencia, las afectaciones en la salud mental son comunes e  importantes, y sus efectos y consecuencias pueden perjudicar  aspectos particulares de la subjetividad, del desempeño laboral  o profesional, de la vida emocional o familiar, y de la convivencia  en general (Szapiro, 2022; Passos et al., 2021; Palomera-Chávez et al., 2021).

Un tema pendiente es revisar la normatividad de salud mental vigente en nuestros países y propender por qué eventos totalmente inusuales y altamente complejos como el  presente sean considerados. Aunque las normas plantean una serie de mecanismos  que contemplan, reconocen e incluyen los parámetros para garantizar el goce efectivo  del derecho a la salud, en circunstancias reales y calamitosas, estas no se materializan  cabalmente. Debe reiterarse que la atención y el acceso a los servicios de salud son  aspectos fundamentales relacionados con la oportunidad, la eficiencia, la eficacia y la  pertinencia, características con las que debe contar la oferta de servicios en relación  a tiempos de atención, programas, capacidad instalada para oferta amigable para los  usuarios, etc. No podemos olvidar que, para la atención en salud mental, se hacen ofertas limitadas como citas con baja disponibilidad en tiempos y horarios y, por ende, con  dificultades para generar procesos de recuperación o tratamiento que respondan a las  necesidades de las personas y garanticen la calidad de vida y la salud.

La tarea de mejorar la atención de salud mental y la de articular esta atención en circunstancias como las de una pandemia, sigue vigente. Con miles de fallecidos, cuarentenas, medidas especiales de aislamiento, protección, cambios en las relaciones  sociales; esta importante tarea debe continuar.  

4. Solidaridad y vida mental

Los dos conceptos, en principio, parecieran no tener conexión. En cambio, conceptos  como narcisismo, egoísmo y salud mental sí parecieran cercanos. Sin embargo, como  contraparte de los imperativos de la sociedad capitalista, que promueve el individualismo, el hedonismo, el narcisismo, se promueven dispositivos que fortalezcan la solidaridad, el lazo social; hay allí una relación entre solidaridad y salud mental. No es la única.

La exacerbación del discurso solidario (Melazo, 2012) en momentos de crisis —como el momento generado por la pandemia— y la presencia de otros mecanismos psíquicos para evitar  el dolor, el miedo, la inseguridad, el desamparo, tienen también  como logro el impacto en la vida mental.  

El sujeto de la acción solidaria también abre una perspectiva al  establecimiento de lo social. De hecho, el ideal de solidaridad es  sostenido por terapeutas de la salud mental y en el abordaje de  la subjetividad social, la solidaridad es aludida con intervenciones específicas por psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas.  

Se mantienen aún preguntas: sobre los efectos de la pandemia en la vida psíquica y en  el establecimiento del lazo social; sobre el papel que tiene la solidaridad en el abordaje  y manejo de la pandemia; sobre el papel de la solidaridad como elemento de soporte  en la vida psíquica y la salud mental.  

Referencias

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